David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Cónclave: cuando la comunión es más importante que la estrategia


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La Plaza de San Pedro está en silencio. Los turistas hablan bajo, las cámaras están listas, las banderas descansan enrolladas. El humo no ha salido. Aún no hay un nombre. Y sin embargo, todo se mueve.



Estoy por unos días en Roma por el Jubileo 2025, en medio de la Iglesia que espera. No como espectador, sino como parte de un cuerpo que respira con la esperanza de lo que está por comenzar. Roma se ha vuelto, una vez más, cenáculo y camino de Emaús. Un lugar donde la comunidad se reúne, parte el pan de la memoria y aguarda lo nuevo con los ojos abiertos y el corazón encendido.

No se elige solo un nombre. Se abre una etapa. No sabemos aún quién será… pero sí sabemos de quién es la Iglesia. Y esa certeza basta para caminar sin miedo.

El cónclave no es un evento político (aunque así se le perciba), ni un momento de espectáculo (aunque se afanen en considerarlo asi). Es, en lo más hondo, un acto litúrgico y espiritual. Un pueblo en oración, confiado en que el Espíritu sigue soplando, a veces en contra de nuestros pronósticos pero siempre a favor de la vida.

En esta Pascua, donde celebramos que la vida venció a la muerte, también vivimos una sede vacante. Todo aquí habla de ello. Y esa combinación no es contradictoria: es profundamente bíblica porque también los discípulos vivieron un tiempo así. Después de la Resurrección, todavía no entendían todo. Después de la Ascensión, todavía no sabían qué hacer. Y sin embargo, esperaban. Reunidos. Orando. Confiando. Caminando.

Eso hacemos hoy. Y hoy, precisamente, comienza el cónclave. La Iglesia entera está convocada en esta espera, no solo como testigo, sino como cuerpo vivo en oración. A veces imaginamos el cónclave como un acto casi mágico, donde el Espíritu Santo susurra un nombre a los cardenales. Pero la realidad es más humilde y, por eso mismo, más hermosa.

Cardenales en el quinoto día de Novemdiales

El Espíritu actúa, sí, pero no impone. Ilumina, inspira, mueve las conciencias… pero no cancela la libertad de quienes deben discernir. Como ha citado el padre Mario Arroyo en su artículo, al entonces cardenal Joseph Ratzinger en 1997: “No diría que el Espíritu Santo elige al Papa, pues no es que tome el control de la situación, sino que actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos… hay muchos papas que probablemente Él no habría elegido. Pero sí garantiza que no arruinemos totalmente las cosas”.

Esta visión, lejos de disminuir lo sagrado del proceso, nos recuerda que toda la Iglesia debe estar en oración, como lo estaba la comunidad primitiva mientras Pedro estaba en prisión: “La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”. (Hechos 12,5).

Por eso, la sede vacante no es solo tarea del Colegio Cardenalicio: es tiempo de comunión, de súplica unánime, de esperanza compartida. Y en medio de ese clamor, también nosotros, desde Roma o lejos, decimos: Veni, Creator Spiritus. Ven, Espíritu Creador. Ven y muévete entre nosotros.

El humo blanco saldrá. Y saldrá a su tiempo. Cuando el discernimiento se haya hecho oración. Cuando la elección no sea solo técnica, sino respuesta. Cuando la comunión sea más importante que la estrategia.

Ese día llegará. Pero hoy, en este miércoles sin nombre, solo quiero decir esto: mientras esperamos, seguimos caminando. Caminamos con la memoria agradecida de lo que hemos recibido. Caminamos con el alma abierta a lo que viene. Caminamos con el Evangelio en el corazón. Caminamos sabiendo que no somos dueños del futuro, pero sí testigos del presente.

Y ese presente, hecho de silencio, de oración, de comunión y de esperanza, ya es un signo del Reino.

Lo que vi esta semana:

La sencilla tumba del papa Francisco en Santa María la Mayor.

La palabra que me sostiene:

“El Espíritu Santo garantiza que no arruinemos totalmente las cosas”. (Joseph Ratzinger, 1997)

En voz baja:

Veni, Creator Spiritus.

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