La amistad entre el salesiano hondureño y el jesuita porteño venía de lejos. Formaban equipo de trabajo. Sudaban la camiseta cuando se trataba de aterrizar la teología del pueblo entre los descartados y se la jugaban ante las injusticias cuando tocaba denunciarlas en los muros vaticanos. Hasta que un día los dos se vieron participando en un cónclave. El hijo de don Bosco arrimó el hombro para que el discípulo de san Ignacio fuera elegido Papa gracias al vuelo rasante del Espíritu Santo. Y el primer Pontífice latinoamericano continuó confiando y apostando por su amigo fiel tanto o más que antes. Juntos, hasta el final. Que llegó el lunes de Pascua.
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P.- ¿Cómo se enteró del fatal desenlace?
R.- Yo estaba en Sevilla, porque pasé predicando ejercicios a los salesianos desde el jueves antes de Semana Santa hasta el Jueves Santo. Luego aproveché para vivir el resto del Triduo Pascual en la ciudad, a pie de calle, con toda la fe del pueblo. A los pies de la Esperanza Macarena encomendamos a Francisco. Durante toda su vida, nos pidió oración, pero desde febrero hasta marzo, y en estos días de abril, mi oración se incrementó y nacía en mí esta plegaria: “Estamos preparándote para el encuentro con Jesús”. Fue allí, en el lugar donde la piedad popular que tanto cuidó y mimó nuestro Papa, donde me enteré de su fallecimiento.
Como con su padre
P.- ¿Cómo se lleva el vacío?
R.- Lo he llorado como lloré a mi padre cuando murió. Pero, al mismo tiempo, lleno de esperanza, porque su muerte llega inaugurando el tiempo pascual. Fue un último regalo que, desde ese balcón de la Plaza de San Pedro, en su fragilidad, nos diera la bendición del Resucitado y pudiera recorrer la plaza entre la gente. Fue una muerte verdaderamente bella.
P.- Las etiquetas para Francisco se multiplican: el de los pobres, el del hospital de campaña… ¿Cómo le define el cardenal Maradiaga?
R.- Con la reforma más grande que pudo hacer en la Iglesia: la sinodalidad. El Papa de la Sinodalidad. Es ahí donde se resume todo aquello que él ha hecho a lo largo de estos doce años. Es el reflejo de un amor grandísimo a la Iglesia y a la humanidad, una puesta en práctica del ‘todos, todos, todos’. Esa sinodalidad es reflejo de cómo ha sido el Papa de la Misericordia.
Todos tenemos grabada aquella imagen de su abrazo al hombre lleno de tumores en la cara, igual que san Francisco de Asís con el leproso. Nos hizo ver a lo largo de todos estos años qué significa la sinodalidad y la misericordia.
Mano a mano
P.- ¿Cómo ha sido trabajar mano a mano con un Papa?
R.- Ha sido y es una gracia de Dios. Y una alegría. Porque ahí se nos reveló el hombre de Dios, humilde y sencillo. Cuando arrancamos con el Consejo de Cardenales, tuvimos la primera sesión en el Palacio Apostólico. Yo le dije: “Santidad, y ¿por qué no nos reunimos en Santa Marta? Así podemos ahorrar media hora de venida y media hora de ida”. Me contestó: “Tenés razón”.
Y, desde esa misma tarde, ya nos reunimos en Santa Marta, sin sotana ni filetata, solo con el clergyman, con toda la confianza y la sencillez del mundo. Él tomaba café con nosotros en el intervalo y seguía adelante con el trabajo, liderando el equipo. Pero en equipo. En esos encuentros, también me impactó cómo un día nos invitó a participar en el funeral de un cardenal fallecido. Terminó la ceremonia y nos dijo que se iba a confesar. Tengo grabada la imagen de todo un Papa arrodillado ante su confesor. Es ejemplo de vida, de fe y de oración.
P.- Usted fue uno de los grandes electores del anterior cónclave. ¿Se arrepiente de su apuesta por Bergoglio?
R.- Jamás, al contrario. Considero que ha sido una bendición y una gracia para todo nuestro mundo y también para la América Latina, que tristemente ahora está en una situación dolorosísima por la falta de líderes políticos auténticos. La política se ha convertido en un mal negocio, en un negocio de piratas que quieren saquear los estados para enriquecerse.
Duras críticas
P.- Montonero, populista, peronista… ¿Francisco era un político ideologizado?
R.- Lo que no saben qué es la política que, por favor, lean ‘Fratelli tutti’, que ahí nos habla con sencillez, pero al mismo tiempo con profundidad, de que la buena política es lo que puede llevar adelante al mundo, no la ambición ni la guerra.
P.- Se va la voz de la conciencia de la humanidad…
R.- Tristemente, cuando avanza esa tercera guerra mundial a plazos que denunciaba cada día, lo mismo en Gaza que en Ucrania, por pura ambición. A eso hay que unir esas guerras ocultas que Francisco visibilizaba y esa violencia latente en otros tantos lugares que están dañando el corazón del mundo.
¿Retroceso?
P.- Dicen que toca un movimiento pendular en el próximo cónclave…
R.- El que dice eso, no cree en el Espíritu Santo. Estoy convencido de que el Espíritu Santo es el autor también de los cónclaves y nos va a deparar un Papa que pueda seguir adelante este camino de la auténtica reforma, que, como él dijo, es la santidad.
P.- Pero ahí está la resistencia, que no sé si ha sido ruidosa o numerosa.
R.- Las dos cosas. Gracias a que fui presidente de Caritas Intertionalis durante ocho años, pude recorrer el mundo eclesial y me di cuenta de que algunos valoran más la ideología que la fe. El que está instalado y encerrado en una prisión que se llama ideología, no puede abrirse a recibir sencillamente y humildemente la verdad.
Con buen humor
P.- Cuentan que esa oposición acabó minando la moral de Pablo VI, pero Francisco se lo tomaba con mejor humor.
R.- Francisco era un maestro en el buen humor y en encajar los golpes. Es fruto de la oración, no hay otro secreto. Una profunda vida espiritual. Soy testigo de que el papa Francisco fue un contemplativo en la acción. Calculo que fácilmente dedicaba cuatro horas diarias a rezar.
P.- Hay quien le tachaba de flojera intelectual…
R.- Los que lo tachaban de eso ni saben lo que es la teología ni saben lo que es la pedagogía, hacerse entender por todos.
Enemigos declarados
P.- ¿Y le han subestimado a Francisco sus enemigos?
R.- Yo diría no, porque tampoco le han conocido. Han tomado cosas superficiales de su actuación, pero el que llegó a conocerlo en su alma se dio cuenta que era un hombre de Dios. Recibió esta misión y la llevó a adelante hasta el último instante.
P.- Los dardos a Francisco llegaban en forma de bofetadas para sus colaboradores, como usted…
R.- Ahí el Santo Padre me enseñó muchísimo. Justo antes de la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Familia en Irlanda, en 2018, Carlo Maria Viganò publicaba una carta furibunda contra Francisco. Me dolió y me puso furioso hasta el punto que llegué a sentir que no debía comulgar con esos sentimientos en mi corazón. Sin embargo, a lo largo de la eucaristía fui meditando y orando y, finalmente, le pedí perdón a Jesús y le dije: “Me voy a confesar después, no le voy a dar de gusto al diablo”. Y recibí la santa comunión.
Terminó la misa, el Papa salió y nos hicieron una señal de salir para salir junto a él. Entonces, le di un gran abrazo y le dije: “Santidad, estoy furioso”. Me contestó: “No pierdas la paz, yo estoy en paz”. Y sentí como una ducha fresca que me libró de aquellos sentimientos. Desde entonces yo he vivido así: “No pierdas la paz”.
Un regalo vital
P.- ¿Ha tenido la sensación de vivir con un santo?
R.- Sin duda alguna. No pondría ninguna duda, pero con un santo tan humano y con un sentido de humor tan bello que ya quisiera yo a todos los santos así.
P.- En un futurible, ¿podría considerársele el patrón de la alegría y del buen humor?
R.- Por supuesto. No lo perdió ni estando en el Policlínico Gemelli. En esas situaciones tan tristes y dolorosas, siempre tenía un momentito para una broma, para una alegría y una sonrisa.